Fernando Martín, el último guerrero íbero

La tarde del domingo del 3 de Diciembre de 1989 había sustituido una mañana soleada por un tiempo gris que preconizaba la inminente llegada del invierno. Recuerdo que había terminado una opípara comida dominguera de campo rematada por una solemne paella, como cualquiera tarde de domingo que se precie, y ya buscaba mi hueco en el sofá dispuesto a ver un buen partido de la recién creada Liga ACB entre el Real Madrid y el CAI Zaragoza; todo un señor partido, en aquella época.

Por aquel entonces, yo ya había comenzado mi romance con el baloncesto, que me ocupaba no menos de 20 horas semanales entre los entrenamientos en el Club Atlético Montemar como federado y en el equipo de los Agustinos de Alicante, dentro de la liga escolar. Y entre unos y otros, todas las oportunidades que tenía de coger un balón y montar un partido donde y como fuera, mientras fuera de baloncesto. En no pocas ocasiones, mi afición me reportó alguna colleja familiar que otra después de haber estado jugando ininterrumpidamente desde las 5 hasta pasadas las 10 de la noche, dejando un poco olvidados deberes escolares y obligaciones familiares. El ba-lon-ces-to se había convertido en mi gran pasión, al igual que muchos chavalucos de aquella generación de los setenta que había tenido el privilegio de ver jugar en plena explosión a Julius Erving, a Abdul Jabbar, a Moses Malone, a Sabonis, a Tickonenko, a Epi, a Gallis, a Oscar Schmidt Bezerra, a Sibilio. Y a Fernando Martin.

Nadie podía esperar, cuando el telediario informaba de que un jugador de baloncesto del Real Madrid había fallecido esa mañana en un accidente de tráfico en la madrileña M-30 que éste fuera el mismísimo Martín. Creo sinceramente que muchos de nosotros veíamos en «el 10» a un superhéroe inmortal e invencible. ¿Cómo iba a ser posible semejante tragedia?

Recuerdo cuando por televisión interrumpieron la emisión, ya avanzada la tarde, para confirmar la fatal noticia que suponía un mazazo terrible para las ilusiones de una generación completa. Recuerdo cómo se me escapaba alguna lagrimilla, mientras me repetía que no podía ser posible, que en cualquier momento desmentirían la noticia deshaciendo ese error, que aquella noticia no podía estar sucediendo.

Hacía solo 2 años que Martín había vuelto de su andadura NBA. Desde aquel día de octubre en el que un muchachote de Fuenlabrada se vestía por primera vez la camiseta de los Portland Trail Blazers, convirtiéndose así en el segundo europeo tras el búlgaro Glouchov en jugar en la liga de baloncesto mas importante del mundo, Martín se había reconciliado de nuevo con quienes le habían criticado por abandonar nuestra liga y jugar en una liga profesional, lo que le inhabilitaba para poder jugar con la selección española en competiciones FIBA, que por aquel entonces estaban hipócritamente consideradas como amateur. Los aficionados españoles lo habían recibido con una mezcla de orgullo patrio por escribir un capítulo de la historia con letras de humildad y tenacidad, y con la satisfacción de volver a vivir aquellos duelos míticos frente a otro monstruo como Audie Norris y sus piques con Tachenko, Sabonis y el loco genio de Sibelink, un tal Drazen Petrovic, cuya estrella no había hecho mas que comenzar y cuya estela acabaría tan trágicamente cortada como la de Martín.

fernando martin blazers

Fernando Martín Espina era el prototipo del deportista de élite español de aquella época. Sin un físico extraordinario, mas allá de sus 2,05m de altura poco habituales entre los nacidos en 1962; sin un cuerpo esculpido a fuerza de gimnasio y esteroides; con unos fundamentos básicos muy bien interiorizados pero sin la inteligencia innata de los Gasol o Ricky Rubio; Martín tiraba de pundonor, fuerza mental y ambición para compensar sus limitaciones. Aquella generación de los Perico Delgado, Emilio Sánchez Vicario, Jose Luis González, Corbalán o Arconada no estaba hecha con fibras de oro como los actuales Nadal, Lorenzo, Gasol, Villa, Casillas o Alonso pero nadie les podía ganar a la hora de echar huevos… Martín era una estrella del deporte mundial, cuando por deporte mundial se entendía todo aquello que no estuvieran acaparando los deportistas estadounidenses.

Los duelos de Fernando Martín eran batallas épicas en las que siempre acababa sacando de quicio a sus rivales. Nunca se rendía, nunca dejaba de presionar, tenía un hambre insaciable de balón y éxitos. Solo así se explica que pudiera hacer frente a moles mucho mas grandes que el. Fajador incansable, tocapelotas, un punto macarra, maestro en el juego sin balón, dominador absoluto del arte de construirse espacios en la zona lo que le permitía ganar rebotes sin cesar, Fernando manejaba bien el balón con ambas manos, tenía un juego de piernas muy por encima del de sus compatriotas de la época, su timing en el salto era mas que correcto y, tras su vuelta de la NBA, había ganado un tiro de 4-5 metros que lo hacía infinitamente menos predecible y mas peligroso frente al aro contrario.

Ahora que se cumplen 21 años de aquel luctuoso suceso, es fácil caer en el olvido de las gestas deportivas de aquel joven inconformista que poseía una convicción y una confianza en sí mismo tal que le permitieron enfrentarse a las normas políticas y deportivas de la época, que desafió los intereses de los mandamases del baloncesto español y europeo, y que fue capaz de abrir un camino que, para los españolitos de a pie, se nos antojaba tan imposible como el de poder pisar la Luna, si no más.

Han pasado los años, disfrutamos y seguiremos haciéndolo con nuevas hornadas de zangolotinos siderales que parecen estar hechos de un material extraterrestre y que nos permiten lucir y presumir de orgullo hispano por todos los recintos deportivos del mundo mundial. Pero para mí, siempre habrá un lugar especial en mi memoria para Fernando Martín, un tipo duro con alma de niño – según dicen quienes lo conocieron de cerca -, un referente que me ayudó a enamorarme intensamente del deporte mas espectacular del mundo y el que fue, quizás, el último gran guerrero íbero.

martin fernando

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