Pues si, viejo amigo, ya ves. Tras tantos años juntos, por fin ha llegado el duro momento de la despedida. Han sido tantos y tantos momentos compartidos… Bajo la lluvia intensa, bajo el aplastante sol, bajo el hielo resbaladizo o galernas asfixiantes; incluso algún que otro día, bajo la nieve intermitente. Fuera como fuese, tu siempre estabas ahí, impertérrito y puntual a nuestra cita diaria. Nunca me fallaste. Daba igual la hora o el día de la semana; siempre podía contar contigo. Inmenso, infinito, majestuoso en todos los sentidos. Esto es, tanto en sentido de entrada como de salida.
Hoy te escribo para decirte adiós. Soy consciente de que, a estas alturas, formo parte de tu vida igual que tu eres parte de mi día. Para ser exactos, una octava parte. O lo que es lo mismo, tres largas y puñeteras horas. Sin duda, un privilegio a todas luces inmerecido para un servidor.
Pero no quisiera personalizar en mí. Al fin y al cabo, tu siempre fuiste y eres parte importante en la vida de muchos vecinos atascales. En tu asfalto han nacido bellas historias de amor: conductoras de autobuses soñolientas y taxistas cabreados; camioneros suspirosos y amas de casa desesperadas; oficinistas impuntuales y conductoras de ambulancia resignadas; ujieres fumadores de tabaco negro y peluqueras afroamericanas; tantas relaciones que un día se conocieron gracias a tí y unieron sus vidas en el atasco de sus vidas. Y hasta los hay quienes fecundaron su amor sobre las duras piedrecillas de tu asfalto en reconocimiento de tu perenne presencia. Me consta que muchas personas te guardan un hueco especial en sus recuerdos; tanto aprecio te tienen que no solo te recuerdan de ti a diario, sino que lo hacen extensivo a la madre que te trajo a este mundo a tí y al ingeniero demente que te ideó.
Recuerdo como si fuera ayer el día de tu concepción; apenas eras una humilde acumulación dominical de un puñado de turismos mal alineados sin demasiadas aspiraciones. Nadie daba un duro por tí. Políticos e ingenieros te ignoraron y trataron de hacerte de menos. Pero pasaron los años y te mantuviste firme en tus pretensiones. Y hoy, ¡mírate! Estás hecho un señor atascón de decenas de kilómetros, en los que miles de coches te hacen los honores mientras te recorren a vertiginosas velocidades de tortuga.
Veinte largos años han transcurrido desde ese primer día y hoy tu majestuosidad es imponente. Pones firmes a todos democráticamente. A tu paso todos somos iguales, uno detrás de otro cuan hormigas turbodiesel pendientes de ITV. Mercedes Benz ministeriales, con sus escoltas armados, y transportes de ganado; Minis con pijas entradas en años y Hyundais con macarras tatuados; autobuses verdes de Larrea con su hediondo olor a humanidad y Land Rovers que jamás pisaron tierra ni la pisarán jamás. Todos en fila de uno, convertidos en modestas piezas de tu engranaje. Todos firmes, calladitos y a dieciseis kilómetros/hora velocidad punta.
Eres justo y objetivo como padre de familia numerosa. Tal vez prefieras a los camareros de Alpedrete antes que a los altos ejecutivos de Aravaca con sus prisas y su mirar al resto de conductores por encima del hombro. O quizás te decantes por secretarias de falda estrecha de Las Rozas antes que por austeros jueces de Pozuelo. Pero nunca te he visto dar prioridades ni favorecer a unos sobre otros. Todos por igual, democráticamente retenidos y humeando como si fuéramos sólo uno. ¿Se puede ser más honesto, digo yo?
Creciste con altitud de miras. Aspirabas a ser el mayor atasco de Madrid. Soñabas con abrir algún día la sección de tráfico de los noticieros radiofónicos del país: «La A-6 un día más muestra la mayor retención de tráfico de todas las carreteras nacionales». Al principio, tus primos segundos, la M-30 primero y la M-40 después, osaron disputar tu hegemonía. Pero con los años, terminaste por relegarles a un discreto segundo plano.
Algún alma insensata intentó traicionar tus intenciones insertándote en vena un bus-vao por el que aliviar temporalmente el tráfico de autobuses y vehículos compartidos. Pobres ilusos. Tu pudiste con todos. No sabían con quien se la jugaban. No hay solución de ingeniería, horario ni tráfico que se te resista. Siempre sabes sacarte de la manga algún truco mágico para formar un atasco de mil demonios de donde no había nada. Eres el Michael Jordan de los atascos europeos, el Michael Schumacher de las retenciones urbanas, el Bill Gates de los embotellamientos interprovinciales, el Obama de las congestiones circulatorias.
Hoy quisiera que estas palabras fueran un homenaje a tí, estimado atasco de la A-6, que nos acoges permanentemente en tu seno y quemas por igual juntas de culata y esperanzas de llegar en hora a nuestro destino. Me gustaría que estas líneas hicieran justicia a tanto bien como has hecho por los chapistas, gruistas y mecánicos en general, no sólo de Madrid, sino de todo el centro de España.
Sabes que todo ha terminado entre nosotros. He decidido ponerte cruelmente los cuernos con una coqueta locomotora del Cercanías. Ya se que no es lo mismo que tu; nada que ver sus asientos sucios, su chapa marcada de graffitis y su olor a cebollino resudado. Pero que se le va a hacer, chico. Siempre han habido clases… Ha llegado el momento de separarnos definitivamente.
Desde aquí quiero públicamente hacerte homenaje y prometerte que hoy y todas y cada una de las mañanas, me acordaré de ti cuando me siente cómodamente en mi asiento, oyendo mi ipod y leyendo tranquilamente un libro camino del trabajo, esbozando una sonrisa resplandeciente a medio destino entre la añoranza y el alivio. Incluso entonces seguiré acordándome de tí. Y de tu madre. Tanta gloria lleves como paz dejas. Con Dios.
Un cálido abrazo desde tu amigo y ex-inquilino, el del coche #252.628.
PD: Recibe también un afectuoso recuerdo de parte de mi cardiólogo.
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