He dicho

En algunas ocasiones a lo largo de la Historia, la genialidad de hombres singulares no ha residido necesariamente en formidables tratados interminables, obras monumentales, bibliografías grandilocuentes ni fabulosas hazañas.

En determinados momentos, bastó tan solo una respuesta acertada; la solución correcta a la pregunta mas comprometida o la salida mas ingeniosa a un momento difícil, para expresar de un modo irrefutable la brillantez de la mente humana.

Seguro que todos tenéis en mente algunas de estas réplicas soberbias, obras de arte en miniatura. Me vais a permitir que comparta con vosotros mis favoritas. En cualquier caso, pensad que están por encima de un hombre o su contexto histórico. La mayoría de ellas han entrado de puntillas en la historia – escrita con minúsculas – y han quedado ocultas en el fondo de algún cajón. Se tratan de pequeños diamantes de valor incalculable por la agudeza de su sentido, por la rapidez con la que fueron aportadas o por la sabiduría que llevan implícita.

La grandeza reside en nuestro interior

En cierta ocasión, paseaba Napoleón Bonaparte por los jardines de su villa de verano acompañado por una buena parte del Estado Mayor de su ejercito. El pequeño corso caminaba absorto en sus cavilaciones sobre las campañas militares en las que se encontraba inmerso mientras era seguido unos pasos más atrás por la cohorte de generales, coroneles, almirantes y brigadieres. En éstas estaba el recién nombrado Emperador de Francia cuando vio una apetitosa manzana roja y redonda que colgaba de un manzano cercano. En vano intentó alcanzar el fruto pero éste colgaba de una rama demasiado alta para la corta estatura de Napoleón y el vanidoso y egocéntrico francés era demasiado soberbio como para pedir ayuda. Los altos cargos de su ejército se miraban entre sí sin saber muy bien cómo actuar hasta que un joven general, alto y espigado, se acercó y le dijo:

— Sire, permítame a mí alcanzarle la manzana, puesto que yo soy mas grande.

Napoleón fulminó con su mirada durante largo tiempo al general para posteriormente contestarle, con voz tenue pero aplastante, una respuesta magistral:

— En modo alguno, joven. Tal vez sea mas alto, muchacho, pero no mas grande.

Y así, Napoleón dejaba constancia de que su ego era tan grande como su genialidad.

Un atildado agudo

Quienes lo conocieron en persona, describían a Jacinto Benavente como un nombre menudo, débil, con tendencia al amaneramiento; lo que se suele decir un tirillas. Tenía Don Jacinto tanto número de detractores como de seguidores, dado que solía despertar tantas afinidades entre quienes simpatizaban con su condición como odios entre quienes lo prejuzgaban y se sentían insultados por un señor tan insignificante en el físico como agudo en el ingenio.

La historia ha dejado una anécdota atribuida a Jacinto Benavente aunque, vaya por delante, esta misma historia ha sido identificada con otras tantas personas cuya personalidad pudiera ser parecida a la del inolvidable miembro de la Generación del 27. Sin ir mas lejos, los ingleses narran esta misma historia poniéndola en boca de Oscar Wilde.

En cierta ocasión, Benavente se cruzó, caminando por la calle, con un archienemigo al que había humillado en público al hacer notar la limitada educación y el pésimo gusto que tenía dicho personaje. El tipo en sí era un milhombres, una especie de oso pardo de espaldas interminables y brazos como robles que superaba a Benavente en varios palmos de altura. El individuo se plantó en mitad de la acera con actitud belicosa y brazos en jarra y le espetó:

— Yo no cedo el paso a maricones.

Don Jacinto Benavente, en vez de sentirse insultado y entrar en una discusión en la que hubiera salido probablemente perdedor, apenas redujo su paso, bajó de la acera, rodeó al matón y le contestó, sin mirar a nadie en concreto:

— Pues yo, sin embargo, sí.

Y se marchó sin decir palabra.

Escuchar los sabios sonidos del silencio.

Filipo II de Macedonia ha pasado a la Historia – con mayúsculas – por tres hechos fundamentales: sus constantes guerras panhelénicas, su ferviente deseo de unificar todas las ciudades-estado griegas en una sola nación y por ser el padre de una de las mas grandes figuras del Mundo Clásico, Alejandro Magno. La fama que nos ha llegado hasta nuestros días es la de un Filipo conocido como un hábil estratega y un luchador infatigable, curtido en mil batallas y con fama de imbatible. Sin embargo, Filipo también era conocido por ser un rey justo y sabio.

En su reinado, era frecuente que sus ciudadanos y representantes de otras ciudades o estados acudieran en su búsqueda a pedirle intermediación y consejo para resolver algún litigio entre partes discordantes. En tales casos, Filipo siempre acostumbraba a taparse con una mano uno de sus oídos. Una vez que uno de los litigantes le preguntara por esta extraña costumbre, Filipo le contestó, dando muestras de inteligencia y ecuanimidad:

— Ahora estoy oyendo tu opinión. No obstante, me tapo este oído porque lo reservo para oír la opinión de la otra parte.

Disputas de vecindario

Bretón de los Herreros, uno de los mejores literatos de la Historia de la Lengua Española, hoy lamentablemente algo olvidado, tuvo cierta vez una disputa con Pedro Mata, un médico de su vecindad con el que la gente habitualmente confundía su dirección. El tal Mata, enfadado de tanto ser molestado, colgó un cartel en su puerta que rezaba:

En esta habitación
no vive ningún Bretón.

A lo que contestó Bretón de los Herreros:

Vive en esta vecindad
cierto médico poeta
que al pie de cada receta
pone Mata, y es verdad.

Una respuesta contundente.

Para finalizar, me voy a tomar la libertad de barrer para casa. En este caso, también está relacionado con el mismo Bretón de los Herreros, aunque se trata de una respuesta dirigida a él.

No es muy conocida la estrecha relación que Bretón de los Herreros tenía con Mariano Roca de Togores y Carrasco, Marques de Molins, natural de Albacete y residente en Alicante. En sus cartas, Bretón insistía frecuentemente a su amigo para que abandonara provincias y mudara a la capital, Madrid, donde por aquel entonces se concentraba toda la actividad política y cultural española. En su misiva, Bretón de los Herreros exhortaba al Marques de Molins a dejar su Alicante adoptiva, relatándole una larga lista de argumentos a favor de las ventajas de vivir en la Villa y Corte, que finalizaba con el conocido dicho «de Madrid al cielo».

La respuesta del Marqués fue simplemente sublime. Contestó a la carta de su amigo con un soberbio soneto en el que contraargumentaba cada una de las ventajas que Bretón de los Herreros le exponía, haciéndole ver que Alicante era capaz de ofrecer cada una de esas virtudes multiplicada por mil. El cierre de su epístola es magistral hasta tal punto que ha pasado a formar parte del propio himno de Alicante. Dice así:

«Sepades, señor Bretón,
que, de Poniente a Levante,
es, sin disputa, Alicante
la millor terra del món»

PD: Permitidme dedicar este post a todos aquellos que se preocupan por hacer de la Historia, con mayúsculas o sin ellas, un sitio común a todo el mundo, acercando los grandes temas y los pequeños hechos a la realidad de nuestros días. Quiero convertir estas líneas en un pequeño y humilde homenaje a D. Carlos Fisas (q.e.p.d.), periodista radiofónico y aficionado recolector de anécdotas históricas, autor del programa Historias de la Historia y su libro homónimo. Tambien quiero hacer extensivo este reconocimiento a un amigo al que me une mi admiración por Fisas. Se llama Javier Sanz y tiene un blog interesantísimo tambien llamado Historias de la Historia en cumplido homenaje al maestro Fisas, el cual os recomiendo encarecidamente visitar con asiduidad.

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