Existe un lugar donde el metro tiene línea directa al Cielo. Hay una parcela en el mundo donde nadie es de fuera ya que todos lo son y así, todos son bienvenidos excepto, quizás, Curro Romero. Sé de un lugar del viejo planeta donde la vida brota desde las entrañas abiertas en las aceras y se eleva al infinito como un surtidor de gasolina a precios imposibles. Dicen que ese sitio se llama Madrid.
Sea, pues. Llamémoslo Madrid, la ciudad que nunca duerme la siesta, donde las almas se apretujan en un palmo de terreno re-calificable para hacer el homenaje diario a sus caídos. Por sus arterias corren ríos de manifestantes iracundos que ya no saben ni por qué protestan pero que caminan, caminan sin cesar, caminan hacia adelante sin mirar nunca atrás, caminan deprisa aunque siempre llegan tarde. Porque en Madrid todos andan con urgencias pero nadie parece llegar nunca a su destino…
Paradojas capitales, ironías matritenses.
La vida pasa aquí, en Madrid. Aquí, donde no hay playa, tenemos la Villa que siempre brilla, Delicias para solteronas, Embajadores hasta en La Luna, sabios de Hortaleza, una Casa de Campo llena de hoyos en saldo, parados que se han quedado sin Movida, legionarios de Chamberí, la Princesa que no se pierde un telediario, una Corte donde se hace la corte, una cohorte del Corte Inglés, un estómago insaciable que se alimenta de incautas almas soñolientas a través de su sonda de autopistas matinales donde los vecinos se saludan amablemente levantando su dedo medio.
Aquí, en Madrid, donde la vida es eso que sucede en treintaypocos metros cuadrados mientras tu casero espía por el agujero de la cerradura cómo bailas un chotis agarrao sobre una baldosa y te sobra el espacio justo. Hogares levantados con papel de fumar tabaco negro en los que el destino se cultiva en tiestos de cerámica roja.
¿Aún no lo conoce usted? Pero, hombre, por Dios, déjelo todo y véngase, que ya le hacemos un hueco. Aquí, en Madrid, donde siempre hemos sido más de bares que de bulevares. Déjese caer por estas tierras y brindaremos larga vida a la Mahou que nos bautiza cada tarde a la gloria de nuestras almas anónimas.
Aquí, en Madrid, donde la noche duerme sin pijama cuando no deambula con la mirada perdida por la Cava Baja. Desde Ascao hasta Callao, hayan cañas bien tiradas, tapas de cielo del paladar, entresijos, gallinejas y Canillejas, comida basura tomada de pie con sabor a reloj urgente, barquillos de verbena, Zarzuelas de borbones con solera, mas listas que tontas, sobremesas a base de cigarro puro, jarabe de risas que suenan a sinceras, licor de sueños destilados con amor. ¡Que aproveche!
Aquí, en Madrid, los toreros despistados dejan su Montera olvidada en alguna esquina mientras los áticos les miran sobre el hombro a la Salamanca donde anidan los corsarios de secano. Aquí, en Madrid, la Prosperidad no tiene cabida entre los que añoran su América lejana. Aquí, en Madrid, La Estrella no imprime las huellas de sus manos en la acera, sino en las escaleras que limpia para ganarse un jornal. Y un taxista renegado maldice entre dientes cuando le adelantan por la derecha, camino ya de vuelta a Moratalaz.
Aquí, en Madrid, tenemos un Pueblo Nuevo donde los nuevos del pueblo que tienen tía en Alcalá pasan olímpicamente de creer que mañana lloverá café en el campo. Aquí, en Madrid, somos muy del Barrio y del Pilar de un desayuno bien entendido -café cortado, Marca y porras como mandan los cánones -. Aquí, en Madrid, Chamartín se estira hasta hacerse Lineal sobre un horizonte de tejados y antenas.
Aquí, en Madrid, Fuencarral, Aravaca y Hortaleza se nos han hecho mayores. Viejos lugares perdidos en el olvido de la ciudad que todo lo olvida que un buen día tomaron su trozo de tierra, se fueron a vivir a la gran capital y ya nunca más quisieron marcharse si no es allá a donde van los madrileños cuando mueren: a la playa o al Cielo.
Aquí, en Madrid, hay Huertas donde crecen membrillos de mirada vidriosa, huestes foráneas que visitan Ópera embozados en el manto de la noche, trashumancia recalcitrante, sonrisas cómplices, criadero de huelgas, exaltación del leismo, parques fenomenales donde sentirse cerca del firmamento que todo lo ilumina con su nube de humanidad bien entendida.
Aquí, en Madrid, hay más tiendas de campaña en el Sol que en el Campamento. La Latina más canalla se Lavapies con mojitos de lagrimas amargas. Los jubilatas de El Retiro echan migas a las palomas supervivientes a las fauces de carpas radioactivas. Aquí, en Madrid, hay en Atocha enterrado un tren sobre el que no ha vuelto a nacer la vida. Y siempre aquí, en Madrid, cuando todo sigue, todo pasa, pero lo nuestro es pasar – vaya movida, don Tierno -. Todo esto y mucho más lo tiene Ud. aquí, en Madrid.
Barajas de cartas marcadas con las que San Blas juega a las Orcasitas con el vicario de Vicálvaro, mientras el Tribunal juzga a la ligera al Noviciado. Madrid tiene un corazón en el Centro y un alma, que se llama Vallecas y que aspira con cerrar un día su estanco y partir como un Rayo a recorrer vidas mejores. Villaverde se riega con las lágrimas del que desea un destino mejor . Y los enamorados de corazón roto se asoman a un Puente, allá por Toledo, que conecta Tetuán con Bilbao. Desde un balcón suena una canción que nos dice que aún hay Barrio Esperanza, que Sol brillará un día de estos y tendremos mejores corridas y brindaremos con Copas de Europa.
Aquí, en Madrid La Pradera donde El Santo tiene su guarida Elíptica termina allá donde la acera usada de Usera arrastra sus pasos por la vera del Manzanares adonde los patos han vuelto y luego enfila hacia Carabanchel, donde ayer hubieron jaulas con pájaros de los que picaban poco y piaban mucho. Calles, avenidas, poblados, rondas, paseos, huidas, correrías, persecuciones, desfiles, paradas, manifas, burdeles, estadios, bistrós, museos, planetarios, atracciones y un teleférico que no entiendo que pinta en medio de todo esto…
Cibeles es una madre pija divorciada que se pavonea ante sus cachorros y echa la caña a un Neptuno, que le responde con un guiño picarón un puntito lujurioso. Tú pones las copas y yo los colchones, le susurra al oído. Y al final, para qué vamos a cambiar, gatillazo por todo lo alto; es lo que tiene jugar como nunca y perder como siempre, que nos tiran los pupas.
Todo eso y mucho más a su entera disposición, señoría. ¿Cómo que dónde? Pues aquí, en Madrid, ¿qué le voy a contar que ya no sepa? Y no se le ocurra perderse la fiesta, mesié. Anímese, que tenemos de todo aquí, en Madrid. Barrotes, autopistas, Puerta de Alcalá, Kilómetro Cero, croquetas de Casa Labra, una foto de Almodóvar, cuatro torres y cinco millones de peones, paisajes de Antonio López, Santa María de la Almudena, trece rosas que se marchitan a la sombra de una tapia, una cámara en cada esquina, un oso y un madroño de Ágata Ruiz de la Prada, una Puerta de Hierro con la cerradura forzada, un Colón sin mar.
Torres inclinadas hacia Castilla, que bañan con su sombra las faldas de una Castellana con querencia a El Prado donde la hierba del arte del buen vivir crece más fresca que la del buen vivir del arte. Museos que dan Cera a ilustres vecinos; un Pardo que ya no asusta donde ayer habitaron lobos grises; un arco iris que luce orgulloso en cada bandera de Chueca. Aquí, en Madrid, Gijón se toma su mejor Café, las Naciones tienen su Campo, el Campo tiene su Casa, las Avenidas su Parque y España, un Banco donde sentar sus viejas posaderas. No tiene chulería ni ná, esta tierra quemada por el sol y bendecida por el asfalto.
Y, si por fin cae de la noche aquí en Madrid, sacamos pecho y nos vemos en un Chicote que nos transporta a tiempos donde la Calle Mayor aún era chica y la Gran Vía, una humilde rayuela. Se me abroche el gabán, anude su bufanda que anuncia nieve y piérdase por estas calles que destilan historias secretas de malandrines y golfos, de conspiraciones y amores de portal, de reyes puteros y enamorados suicidas, de esperanzas que nunca se cumplieron y de sueños imposibles que se hicieron realidad.
Pasen y vean aquí, en Madrid. La ciudad se abre ante sus ojos, se desnuda ante su cartera, se muestra sugerente. Luces de neón que igual iluminan la mirada inocente del niño y la lasciva del hombre de negocios. Pasen, amigos, que aquí tenemos sitio para todos. Visite nuestro bar, recorra nuestras calles, disfrute de los musicales de cartón-piedra, de los brindis al viento, de la trova clandestina del músico callejero. Saboree esa tortilla de patatas convertida en obra maestra, ese cocido que nos eleva a los altares, esas torrijas que quitan el sentido. Pero échese unos chatos de vermut, muy señor mío, que la noche está que arde. Y sea que aquí, en Madrid, hay en ese banco ó en esa barra un parroquiano que siempre estará dispuesto a escucharle. Está usted en esta su casa. Y no se corte en pedir, que tenemos de todo.
Pasado, presente y futuro, más diputados imputados que putas disputadas, chorizos que pican bajo y legislan mal, guardias urbanos huérfanos de silbato, amigos para siempre en cada esquina, serenos de los nervios por el ruido de la obra de la esquina, mimos con ganas de hablar y el Hombre Invisible como vecino. Siete pecados capitales y alguno más que se ha inventado hoy el periódico, rotondas hasta en los sueños; crédito, sólo al final de la película, generales cabreados, informáticos en apuros, árboles electrónicos y estatuas de vinilo y bótox.
Tenemos frío, pero no nos vamos. Estamos parados, pero no nos moverán. Tenemos suerte de estar donde estamos y encantados de que nos visite usted, aunque sea una vez al año. Llene sus maletas y vacíe sus bolsillos. Pase y pida, que ya ve usted que tenemos de todo aquí, en Madrid. De todo, menos playa. Y ni puñetera falta que nos hace, que al fin y al cabo nuestro Mar es de Cristal…
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