Aunque algunos se empeñen en ignorarlo, el verano se inventó para descansar. Ahí fuera hace un calor capaz de fundir el acero colado. Los lagartos llevan cantimplora y las carreteras se derriten como fondos de inversión de renta mixta o las intenciones de voto de ciertos partidos. Las digestiones son más pesadas que un debate sobre el estado de la nación. Las moscas parecen testigos de Jehová en mañana de domingo. Y eso de pisar la calle da musha fatiga, oygan.
Pero no por ello dejan haber imprudentes que no se dan por aludidos. Y se atreven a exponerse a agendas que son, básicamente, mortales de necesidad.
— Borja Jesús, ¿de dónde vienes, que estás más rojo que una gamba de Denia huyendo de las brasas de Quique Dacosta?
— O sea, para nada. Acabamos de echarnos una partidita al paddel Pelayito Santamaría Fritz-Patrick García y yo, y en menos que canta un Lacoste nos vamos a dar un voltio en la mountain como para hacer tiempo hasta que llegue la hora del zumba, ¿sabes o qué?, que tenemos que relajar para luego en el rocódromo y en la clase de body combat de esta tarde, ¿yunou?. O sea, ¿te apuntas o qué, Luis Mari de Todos los Santos-Villaescusa de la Mondonga?
— Venga.
Y digo yo, ¿es preciso? Con la caló, la sudó, la calima y la canícula, ¿es preciso que uno se complique la vida de este modo persiguiendo a la, por otra parte inevitable, muerte cerebral repentina por colapso visceral severo?. ¿Es preciso dejarse los dineros en semejantes tonterías cuando ya de por sí subir a casa por la escalera con las bolsas del mercadona a cuestas da tanta pereza a semejantes temperaturas mercurianas y sale tan baratito por añaduría? Y lo que me intriga más aún saber, ¿se puede ser más tonto?
Que no, hombre, que no. Que no se puede tener tanta tontuna. A estas alturas del año, la vida es incompatible sin un techo bajo el que cobijarse. En los archivos secretos que la NASA esconde en el Área 77 de Rockwell hay pruebas documentadas que determinan que el ser humano no puede perpetuar su existencia veraniega sin ingerir una cañita de cerveza helada cada dos horas. Mucho menos hacer tanto el imbécil bajo el lorenzo axfisiante con la sola ayuda de bebidas con sales minerales. ¿Pero estamos locos o qué? Si todo el mundo sabe que las sales dan sedes. Dejad las sales para la paella y echar boca al grifo de la Mahou, mangarrianes. ¡Hombre ya!!
Yo lo de esta gente que utiliza el verano para torturar impunemente a su cuerpo es algo que me pone de los nervios, mire usted. Cómo que no lo entiendo, ea. El verano está hecho para hacer muchas cosas. El vago, la marmota, la siesta, el dontancredo, el amor, la barbacoa. Pero el ejercicio, no. Ejercicio + verano es incompatible. No. Nain. Nasti de plasti. Noniná. No se en qué idioma más puedo decirlo para que se me entienda.
No me seáis membrillos, por el amor de Dior. Si no deseas que la piel se te arrugue en colgajos mientras los pulmones te arden y los ojos se te salen de las órbitas por tamaño desgaste titánico, haz como las personas de bien y permanece tranquilamente sentado en una terracita con vistas al mar en la que estés seguro de que disponen de una provisión de cervezas heladas casi inagotable. Y no salgas de tan digno refugio si no es para darte baños de mar rapidillos y volver a toda urgencia al abrigo del chiringuito.
No te levantes nunca antes de que el sol esté cerca de su cénit. En modo alguno, jamás antes de las once de la mañana, la hora perfecta para tomar un cafelito con cruasanes tostados en el balcón, que es el mejor medio para preparar cuerpo y mente antes de dirigirse a la piscina a hacer la fotosíntesis sobre la toalla.
Y recuerda que el único ejercicio físico veraniego que está permitido por las reglas del decoro y las buenas costumbres es la visualización de torneos de verano balompedísticos tales como el Ramón de Carranza, el Teresa Herrera o el Ciudad de RafelBunyol, éste último de larga tradición y firme arraigo internacional.
Y nunca, nunca, jamás de los jamases, bajo ningún concepto, te relaciones con nadie que te confiese su afición al footing veraniego, bien sea en su versión pedestre o en su variedad mutante playera, ni con los cicloturistas que pedalean por las aceras como si se tratara de un remake de El Diablo sobre Ruedas rodado en Benidorm. Las estadísticas dicen que cada verano mueren más personas atropelladas por corredores y ciclistas que devoradas por percebes asesinos o víctimas de intoxicaciones causadas por la desafortunada ingesta de latas de mejillones de Eroski. Por algo será, digo yo.
Obvialos, esquívalos, ignóralos. Y sobre todo, no los escuches. No olvides que, si te paras tan solo un segundo a hablar con estas razas inanimadas, intentarán de inmediato ganarte para su causa y convencerte de las virtudes del esfuerzo físico -lo cual, como ya sabrás, es un mito que ha sido sobradamente desmentido por la Ciencia -. Y en caso de negarte, saltarán sobre ti con la intención animosa de lavarte el cerebro o, en su defecto, masticarlo un poco. Si caes en sus redes, tú serás candidato a trabajar como extra de derecho propio en la próxima edición de Walking Dead. Y yo saldré cada mañana de mi bungalow, con la decidida intención de darte caza. Estás avisado, que lo sepas…
Pero cuando termine el verano, que antes da como mucha pereza. Y dejadme ya en paz, que no quiero escribir. Me vuelvo a la piscina. Mozo, otro mojito. Y una de hamón del curaíto. Y arrime p’acá el ventilador, que soy alérgico a pasar calor. Amos, hasta ahí podríamos llegar, no te jiba.
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