Debate del Estado de la Nación. Hoy, el guionista de Bob Esponja libra; mejor para todos; ya tenemos demasiados personajes de ficción en pantalla. Porque uno tal vez sea esponja-amarilla-con-pantalones, pero no por ello tiene porqué tragar con tanta competencia desleal. Ni que fueramos periodistas o comunitimanagers…
En un lugar que se llama Hemiciclo y tiene forma de plaza de toros cortada por la mitad, pero con los cabestros sentados en sillones de cuero rojo en vez de ser torturados en la arena hasta la extenuación (borrad esas sonrisas traviesas y las ideas malignas qué esconden…), un grupo de aguerridos guerreros resisten, ahora y siempre, contra el acoso del Sentido Común. A estos se les llama… bueno, se les llama de muchas maneras, a cuál más hiriente, pero en realidad, el nombre oficial es diputado, que ya de por sí tiene suficientes connotaciones familiares despectivas como para buscar epítetos alternativos más explícitos.
Yo soy el jefe de todos ellos. Sí, porque les pago. Sí, ya se que muchos les pagamos. O al menos eso se supone. Pero por una vez que soy jefe de alguien, dejadme que me haga esa ilusión. Además, soy un jefe mazo enrollado. Les pago una pasta para que jueguen al Candy Crush. En serio. A alguno se les da de vicio. Yo les dejo hacer; al menos, mientras están jugando no se dedican a joder países; perdón, naciones; perdón, entidades multiterritoriales y multiculturales con aspiraciones históricas… (uff, vaya embolado en el que me estoy metiendo, ¿no hace caloret aquí?).
Pero de un tiempo a esta parte, creo que me voy a poner en plan duro, a lo Jordi Cruz en Masterchef pero con peluquero sin dislexia. Porque cuando me descuido se montan debates sesudos y se ponen a discutir a lo bestia. Y así no hay forma de dormir la siesta. Tres meses antes, lo se porque alguno de ellos me lo ha chivado, se encierran en un despacho, contratan a una manada de analistas políticos y redactan juntos un guión de lo que quieren decir. Pero debe ser que el día antes el perro se les come el discurso, que ellos también tienen derecho, porque a la hora de la verdad se dedican a decirse el nombre del marrano los unos a los otros. Tanto night-show en Telecinco tenía que acabar por calar.

En pocos minutos, el combate adquiere tintes épicos y el nivel dialéctico acaba por parecerse al de Granjero busca Esposa, pero sin esposa. Si por lo menos en un momento dado montaran un combate de lucha libre en el barro entre Elena Valenciano y Sorayita, la cosa tendría un pase. Pero no, ellos se concentran en sus escaños pensando a ver qué burrada nueva se les ocurre. Y al final, pasa lo que pasa; de tanto pensar sin haber practicado antes, a alguno se les escapa hasta un terremoto. Tenía que pasar; era cuestión de tiempo.
Eso sí, mis chicos cada año se lo curran más. Últimamente les ha dado por contratar al aplaudidor de la Ruleta de la Fortuna, que es comunmente sabido que es el aplaudidor más laureado que hay en este país. Cuando sus coleguis salen a la palestra, allá que rompen todos a jalear ruidosamente. ¿Todos? No, porque al otro lado del espectro, sus señorías se despiertan de la siesta los unos a los otros para ponerse manos a la obra en el abucheo, pedoterra y rechifla del contrincante. Vamos, como un Betis-Sevilla pero sin rebujitos. Nivelazo de debate, a la altura de un monólogo de Javier Clemente. Lástima que hoy libre Bob Esponja; se sentiría como en casa. No porque ellos también vivan en una piña debajo del mar, que no sería una mala ida, sino porque son capaces de cocer una sopa intelectual muy parecida a la diarrea mental que tiene los guionistas de esponjas amarillas con pantalones de todo el mundo.
El problema es que con el paso del tiempo la cosa se ha ido complicando. Antes era todo más fácil: unos eran ingenuamente ineptos y los otros eran despilfarrantemente prevaricadores (aquí espacio para poner cada uno la etiqueta con el nombre de su partido favorito: «xxxxxxxxxxxxxx» y «xxxxxxxxxxxxx»). Ahora las cosas se han terminado por igualar: ambos son, simplemente, corruptos. E ineptos. Y prevaricadores. Y lerditos. Como Bob, hijos míos, como Bob. Así que cuando te descuidas un poco, no sabes quien está hablando y quién haciendo pedorretas. Un caos.
Lo mejor de todo, como en las películas de Jean Claude Van Damme, sucede en el segundo día. Ese día ya han terminado de decir sandeces los de los partidos grandes y se han marchado todos juntos en comandilla a ponerse finos a gintonics en la tasca del Congreso mientras le toca el turno a los partidos folclóricos. Es en ese momento cuando la cosa se vuelve de lo más hilarante. Resulta que a unos señores, a los que solo les han votado su familia, los vecinos de la escalera y poco más, les dan la oportunidad, por primera vez en doce meses, de hablar en público aunque sea a un puñado de escaños vacíos como un pensamiento de Anita Obregón y, lógicamente, se nos vienen arriba.
Lo mejor es que sus señorías generalmente no tienen muchos más temas de los que hablar que las cosas que pasan en su barrio o comunidad autónoma, o las frikerías que les ponen. Igual te sube un amable obrero de la construcción, con casco y todo, sugiriendo quemar a todos los marqueses y curas del país que te sube un independentista proclamando la constitución de la República Democrática de Villarrobledo y su reconocimiento por parte de la Asamblea de las Naciones Unidas, bajo la terrible amenaza de mandarles al Aurelio, el del tractor en caso de no ser aprobado. Terrible dilema.
Y en esas estamos cuando uno de los interloquos saca a los asistentes de la comprensible modorra al escuchar la frase: «Y entonces, ¿me la enseñaría su señoría?» Y los allí presentes apretamos el culo al unísono mientras deseamos fervientemente que se refiera a las pruebas de alguna acusación substrecticia…
Como diría Bob Esponja en estos casos: piensa en un lugar feliz, piensa en un lugar feliz…