Hoy, los españolitos andamos entretenidos sacándonos los ojos los unos a los otros; que si éste ha robado mas que yo, que si aquel puede prevaricar menos que yo, que si la culpa es de los que has votado tu, que si pues anda que tu…
Pero no siempre fue así, ¿sabes? Quizás no tengas edad para recordarlo, pero hubo un tiempo en el que los españoles vivíamos en una relativa armonía, aunque para que ello hubiéramos debido pagar un altísimo precio. 1984; el año homónimo de la novela anti-utópica de Orwell basada en un mundo dirigido por un poder autoritario que vigilaba constantemente a sus ciudadanos y les imponía un comportamiento autoinducido, nosotros nos sacudíamos nuestro perenne manto de perdedores frente a nuestra propia historia, de sociedad quebrada por el sentido común, para mostrarnos al mundo entero como paradigma de democracia, respeto y superación de conflictos internos.
En la infrahistoria real, la que no se escribe sobre el papel saturado del periódico, con la Transición nos convertimos en referente mundial de cómo una nación supera sus complejos de inferioridad, lava sus heridas en aguas tranquilas y perdona sus pecados per secula seculorum, amén.
No fue una tarea fácil. Para llevarla a cabo, fueron necesarias toneladas de Valium, millones de relajantes, algunos palos en el orgullo e infinidad de pastillas para olvidar. Debimos tragarnos vicios adquiridos, revanchismos inútiles y, en fin, un pasado vergonzante y demasiado cercano como para pasar página de un día para otro sin más. Muchos de nuestros mayores, posiblemente quienes menos motivos tenían para olvidar, nos animaron constantemente a ello. Nos incitaron a crear un camino nuevo hacia un destino llamado respeto en el que todos tuviéramos los mismos derechos y obligaciones, en el que los privilegios que encierran desigualdades quedaran apartados para siempre, en el que admitiéramos la diversidad con la naturalidad y la sencillez con que lo hace la naturaleza, en el que aceptáramos la pluralidad como parte de la riqueza cultural e ideológica de nuestro trozo de tierra, en el que la suma de individualidades aceptara la existencia de una entidad mucho mayor que tú o que yo.
Hubo un tiempo en el que antiguos amigos y enemigos optaron por dejar a un lado todo lo que nos había separado y poner sobre la mesa todo lo que nos une. Era un tiempo en el que marchábamos en pos de un progreso social, económico y político que nos permitiera salir de nuestra eterna edad de piedra. Eran días de saludos cordiales, de cabezas inclinadas que escuchaban atentamente a todos quienes tuvieran algo que decir, días de palabras con sentido, de héroes anónimos y de obras bienintencionadas. Era un lugar común para seres responsables y comprometidos.
Por unos años fuimos el ejemplo a seguir. Los ojos de todo el mundo se pusieron en nosotros. Nuestro comportamiento fue expuesto como el camino a seguir para todo aquel que quisiera aprender a vivir en armonía, respeto y democracia. Nos citaban como una prueba viviente de cómo se puede luchar contra un pasado lleno de estupidez, felonía y traiciones para llegar hasta un mañana próspero, constructivo y en paz con el prójimo.
Pero nuestro sueño era demasiado bello para ser verdad. La negligencia y la avaricia de quienes no tuvieron escrúpulos en poner nuestros sentimientos panza arriba con tal de poder acercarse al poder dieron al traste con nuestros más honestos sentimientos. Una vez más, nuestros dirigentes demostraron no saber estar a la altura de sus ciudadanos y se dejaron llevar por viejos odios enmohecidos, usando la crispación y el rencor como armas electorales. Desenterraron a nuestros ídolos muertos y al hacha de la guerra que habíamos escondido bajo una lápida de responsabilidad.
Al principio, nadie les quiso escuchar. Demasiados años de rencillas y podredumbre mental, demasiados años de maldiciones y repudios como para volver por nuestros fueros. Una gran mayoría había tomado una decisión que parecía firme y que no iba a cambiar por la estúpida manía de los de siempre, nuestros políticos, los que no tienen escrúpulos en para conseguir dinero a costa de la voluntad de la gente de a pie, los que no muestran reparos en vender la Tolerancia y la Democracia a cambio de treinta votos de plata, cual Judas postmodernos.
Pero ahí estaban los grandes tiburones que manejan los grandes medios de comunicación para ayudarles a salirse con la suya. La mierda siempre ha sido un gran material de portada para vender más ejemplares. Y si además puedes evitarte usar ese incómodo preservativo que es La Verdad, todo resulta mucho más fácil. Al fin y al cabo, lo de informar objetivamente de la realidad que nos rodea es algo que es mejor enterrar en una tumba anónima cavada deprisa en un bosque solitario. En su lugar, optaron el noble arte de manipular las mentes con la realidad que les interesa, la que les paga, a la que deben pleitesía los malditos sicarios de texto prostituido.
Y así, con la traición de unos políticos cobardes y avariciosos y con la complicidad de editores de baja estofa, las ratas que habían vivido ocultas entre las pútridas basuras de su odio recalcitrante encontraron el ambiente perfecto para salir a la superficie y campar a sus anchas.
Españoles, el Respeto ha muerto.
Ni el respeto más básico ni el sentido común tienen cabida en nuestros días. Vivimos enfrascados en un universo de auto-tiranías, donde la única idea válida es la nuestra. Nuestras libertades acaban donde empiezan las tumbas de los que nos rodean, que no merecen respirar acaso tan siquiera osen discrepar de nuestra forma de ¿pensar?.
Cargamos a nuestras espaldas con mochilas de rencor maloliente en las que acumulamos toda la escoria que el tiempo y la ignorancia nos han dado, como viejos borrachos con síndrome de Diógenes que recogen desechos y mortajas de la peor parte de nuestra historia y los coleccionan entremezclados con cócteles Molotov preparados para hacer volar por los aires cualquier intento de convivencia civilizada. Al igual que un tigre cuando ha probado el sabor de la sangre humana ya no desea alimentarse de nada que no sean hombres, nos hemos empeñado en darle la jodida razón a Hobbes, convertidos hombres que son lobos para el hombre, sedientos del placer de destrozar a quien pretenda pensar de forma distinta con balas de desprecio.
“El amable siglo en el que el hombre le dijo al hombre: respetémonos o te aplasto la cabeza”; las palabras con las que Sieyes describía el entorno en el que se desarrollaba la Revolución Francesa se han convertido en la mejor descripción de nuestro presente. No me extraña que al bueno de Sieyes le apuñalaran en la bañera de su casa; expresar la cruda realidad tiende a resultar perjudicial para la salud.
Y por si fuera poco, las redes sociales llegaron para dar voz a algunos imbéciles que demasiados privilegios poseen con tener voto mientras airean públicamente que no saben jugar a la Democracia. Ahora, pueden expresar públicamente sus opiniones incluso los idiotas que desprecian a sus semejantes, opiniones que nada entienden de pluralidad, diversidad, respeto, convivencia, tolerancia. Opiniones que se basan en el odio, en aplastar a lo Sieyes a quien no piense exactamente igual a nosotros.
El peligro de darle un altavoz a quien no conoce el sentido común es que puede utilizarlo como haría un mono armado con dos pistolas; en algunos casos, el silogismo es demasiado descriptivo. Quien no sabe convivir y aceptar a quien piensa diferente, imagínate qué clase de diálogo va a generar, qué tipo de debates puede sostener. Sun Tzu dijo «la pluma es mil veces más poderosa que la espada«. Pero esa es una virtud que se restringe a los escribientes bienintencionados. Hasta ahora nunca había caído en la cuenta de que el ejército enemigo también debía de contar con plumas, papel e ideas fijas. O tuits, para el caso.
Hay vida más allá de tu opinión.
La Ética y la Dialéctica parten de la base de que cualquier opinión respetable debe nacer desde la aceptación de que pueden existir opiniones diferentes, de que tu opinión debe dejar lugar a aceptar que puedes estar equivocado, comprender que quien discrepa posee motivos, razones y argumentos que pueden justificar su opinión tan bien como la nuestra. Solo desde este principio, podemos llegar a ser moderados en nuestras ideas y a admitir el debate respetuoso que necesita la Democracia para su subsistencia.
Pero para llegar hasta ese punto de madurez, hay un largo trecho desde el sentido común hasta permitir que cualquier imbécil malintencionado tenga una cuenta en Twitter. Las opiniones radicales, agresivas, hirientes, lacerantes, mezquinas, extremistas, las que no respetan las libertades y derechos ajenos, las que desean el mal y hasta la muerte de los que no opinan como ellos, no pueden tener derecho a tener voz pública ni a vivir en libertar. Y esto es un hecho.
Nada tiene que ver con la censura, ni con el derecho libre de expresión (por favor, dejen la demagogia en la puerta al entrar a este blog, su presencia no es bienvenida aquí) sino con el más básico respeto a las normas de convivencia. Y en este punto, me importa tres pimientos si son la opinión de un grupo de rebotados anarquistas o si — ojalá que no — verdaderamente representan a la opinión de una parte significativa de la sociedad.
Vivir en sociedad implica asumir las reglas del juego. Y nuestro juego se llama Democracia. Sin respeto, sin convivencia civilizada, sin democracia, sin una humanidad que acepte al otro en la verdadera dimensión de sus ideas y su forma de ser, no puede existir una sociedad avanzada; tenemos treinta siglos de experiencia como para no darnos cuenta de que este hecho es inmutable. Como dicen en mi pueblo, o jugamos todos o rompemos la baraja de una condenada vez. Y con tanta dichosa crisis, no estamos como para romper nada, que no sabemos cuándo lo vamos a necesitar.
Y al que no le guste, existen otros tableros con otras normas de juego, como China, Cuba, Irak o Corea del Norte. Están invitados a pasar allí una temporadita, a ver si les parece igual de divertido expresar el deseo del mal ajeno con tanta energia. Sobre todo a si los dirigentes de esos países no les hacen gracia sus bromitas…
Señores, PASEMOS. Como norma. Pasemos…
- De los que usan los medios de comunicación para incitar al extremismo y el segregacionismo ideológico.
- De los políticos que sólo buscan impongan su voluntad a cambio de que otros no la tengan.
- De quienes nos dictan lo que debemos ser, pensar, decir u opinar.
- De quien pueda ser tan estúpido como para criticar a quien piense de forma diferente.
- De quien siembra discordia, fomenta odios y alimenta rencores y rencillas.
- De quien manipula la verdad en beneficio de sus compinches.
- De quien alza su voz para que solo se le oiga a él, como si gritando pensara que iba a tener más razón.
- De las venas hinchadas, de enmascarados, de puños en alto y gestos agrios, de rostros sonrojados por la ira.
Si necesitas un autor en que inspirarte, te daré unos cuantos: Mahadma Gandhi, John Lennon, Martin Luther King, Madre Teresa de Calcuta, Jesucristo de Nazareth, Brahma. Curiosamente, la mayoría de ellos fueron asesinados por quienes no admitían que se pudiera opinar de forma diferente; jodido mundo de locos…
«Quien tenga la conciencia tranquila, es que sufre de mala memoria» (Les Luthiers)