Vivimos tiempos extraños a los que, ciertamente, no estábamos preparados. Hoy, el mundo que siempre hemos conocido, ha quedado en suspenso, rodeado de inesperados interrogantes a los que los sabios aún no saben responder. Y nuestro devenir cotidiano ha sido reemplazado contra nuestra voluntad por un sombrío paréntesis de incertidumbre y dolor.
Pero, incluso en estos tiempos de absurda monotonía, de atardeceres suspendidos, de llovizna alevosa, de velatorios de balcón, de primavera estremecida, de aplausos esparcidos en la noche, emergen historias a flor de piel, que brotan desde lo más profundo y honesto de una sociedad recluida contra natura, para elevarse en himnos de esperanza y orgullo fraternal.
Con el alma encogida, nos llegan a cuentagotas retazos de estas epopeyas redactadas a duermevela por periodistas agazapados en primera línea de la batalla que nos hablan de héroes voluntariosos y de almas derrotadas que se elevan hacia la paz eterna de los inocentes.

Tal vez hoy no seamos conscientes del todo, pero en las páginas que hoy se están escribiendo, mañana leeremos junto a nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos, eternamente agradecidos, sagas épicas escritas con sangre y sudor, que nos hablan de la desigual lucha que están ahora disputando hombres y mujeres anónimos para vencer a la maldición azarosa que sacude nuestro mundo hasta sus raíces más profundas.
Y nos enorgulleceremos por estos eternos héroes que, escasamente pertrechados, malheridos de sueño y cansancio, abrumados por la colosal hazaña a la que se enfrentan y abandonados por unos felones acaudillados que nunca supieron estar a la altura de su pueblo, se jugaron la vida para salvar a la humanidad haciendo frente común al mortífero enemigo, con ua determinación férrea basada en un sentido de la justicia y la caridad a prueba de plagas mortales.

Desde la quietud del refugio de nuestros hogares penumbrosos, apenas podemos imaginar hoy cómo se desenvuelven en el fragor de la batalla, ajenos al desaliento, con una entrega infatigable alimentada por un sentimiento del deber ciudadano que muchos creíamos extinguido hace tiempo.
Pero mañana, cuando la guerra termine, cuando las camas se vacíen, cuando podamos llorar a nuestros muertos en el camposanto, nos estremeceremos oyendo sus terribles contiendas y descubriremos cómo se vaciaron con cada cama, con cada paciente, con cada nuevo caso. Cómo improvisaron soluciones, cómo tomaron decisiones terribles, cómo se animaron unos a otros cuando el desaliento les desarmaba, mal durmiendo a ratos, sacudidos por las pesadillas, alimentándose a la carrera para volver al frente.
Y sentiremos cómo se nos pone la piel de gallina cuando escuchemos cómo construyeron hospitales de la nada contrarreloj, cómo se enfrentaron a desinfectar calles y recintos y hospitales, cómo cruzaron las carreteras solitarias vigilando que no se rompiera el confinamiento sanador, cómo madrugaron un día tras otro para acarrear alimentos para que sus vecinos pudieran sobrevivir un día más, sabiendo que eso supondría un día menos para alcanzar la victoria.

Poco homenaje se nos me hace hoy los aplausos que rompen la noche. Pero, no nos engañemos, son el único recurso que nos queda en estos momentos para ayudar a los que permanecemos lejos del frente, parapetados en nuestro confinamiento, desde el que rezamos por nuestros valientes ídolos y rogamos para que Dios les de fuerza y salud para soportar el fragor de la batalla, consuelo frente al cansancio y sabiduría para vencerla con prontitud y contundencia.
Mientras tanto, sigamos construyendo un muro solidario de contención al permanecer en nuestros hogares, atrincherados y aislados, dando la espalda con determinación al virus que nos amenaza. Es la mejor ayuda que podemos brindar a nuestros médicos, sanitarios, policías, militares, investigadores o comerciantes que se juegan el cuello por nosotros.
De nosotros depende que esto pase más pronto que tarde, que ellos puedan disfrutar del merecido descanso que se están ganando y que nosotros podamos correr más pronto que tarde a su encuentro para abrazarlos y elevaros a los altares por todo lo que hoy hacen por nuestra atemorizada pero esperanzada sociedad.
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