Andan las huestes publicitarias revueltas promoviendo un boicot contra las redes sociales. La rebelión – que, en el fondo, no deja de ser una maniobra marketiniana de una mega-agencia de medios, Dentsu, para llenar de buenismo a sus multimillonarios clientes – busca principalmente castigar a Facebook sin inversión publicitaria en sus plataformas hasta que los de Palo Alto no adopten una política más restrictiva contra los mensajes xenófobos y racistas de Trump.
A partir de este hecho, podemos hacer varias lecturas.Una de ellas sería que alguien – no personas anónimas, sino poderes fácticos económicos – ha decidido boicotear a un presidente elegido por la mayoría de estadounidenses.
Otra lectura sería que el hecho de que un imbécil haya llegado al poder por la decisión de muchos imbéciles no legitima que todos – el imbécil que gobierna y los imbéciles que lo eligen – no dejen de ser eso, imbéciles. Democráticamente válidos, pero imbéciles, al fin y al cabo.
«Es peligroso darle un altavoz a un imbécil«.
Xenón de Ariestíquides. Filósofo, matemático y bienpensante ateniense (S II A.C.)
Porque los imbéciles tienden a escuchar a otros imbéciles. Y como todos ellos son imbéciles, tienden a creerse entre sí. Esto lo sabemos desde que existen las redes sociales.
Imbéciles siempre han habido. Desde los tiempos de Nerón, e incluso antes. Pero antes de las redes sociales, la imbecilidad de algunos quedaba circunscrita al conocimiento de su más estrecho círculo de allegados. Ahora, basta con publicar una vez en Facebook o en Twitter para que se enteren de que eres imbécil hasta en Corea del Norte, donde, por cierto, gobierna un imbécil talla XXXL.

Ante este hecho, algunas redes sociales como Twitter han decidido poner límites a la imbecilidad, prohibiendo algunas publicaciones o marcándolas como información no contrastada. Igual se quedan cortos; probablemente deberían crear un indicador tipo «ojo, esta opinión proviene de un imbécil». Pero una de las mermas que tienen los imbéciles es que les cuesta horrores aceptar su condición propia de imbéciles. De modo que han optado por usar la moneda más común en estos tiempos raros que corren: el eufemismo.
Por el contrario, otras redes sociales como Facebook, eminentemente mucho más pragmáticas, han optado por el servilismo más baboso hacia quien les da de comer y convertirse en herramientas al servicio del poder, sea económico o político.
En España han dado las llaves de su chiringuito al gobierno para que, a través de su red de empresas de lacayos, decidan qué publicaciones son políticamente adecuadas y cuáles no. En otras palabras, cuáles les interesa que sean publicadas o que alcancen a un alto volumen de personas y cuáles deben tener un alcance restringido o ser, directamente, prohibidas.
En otras palabras, Facebook ha recurrido a poner su herramienta en manos de los mayores expertos nacionales en imbecilidad, dada su contrastada experiencia en decir imbecilidades y manipular a los medios de comunicación a través de la censura y los discursos partidistas.
Pero – oh, sorpresa mayúscula – España no es el ombligo del mundo. Ni somos excepción de nada. Lo que ha hecho Facebook en España lo lleva haciendo en Estados Unidos o Rusia desde hace años. Con excelentes resultados electorales, por cierto. Allá donde han intervenido, han conseguido colocar a un imbécil en el máximo poder.
¿Es Facebook imbécil?
Ante esta circunstancia, uno puede preguntarse, ¿quién es más imbécil, el huevo o la gallina? Porque, de momento que se sepa, Facebook no puede personarse en el colegio electoral y meter por tí una papeleta con tu nombre en la urna (dicho lo cuál, me cuesta poco imaginar a cuatro frikis con gafas de pasta y camisas de manga corta con bolis en el bolsillo pechero encerrados en un sótano de Silicon Valley trabajando en un algoritmo que permita delegarles tu decisión de voto…).
Obviando esta última imagen tan sobrecogedora, el hecho es que un imbécil llega al poder cuando lo votan otros (muchos) imbéciles. Y lo cierto es que de imbéciles vamos todos, como quien dice, sobrados.
Luego, para hacer honor a la verdad, técnicamente hablando Facebook no es imbécil, los imbéciles somos quienes la usamos (un momento… ¿me acabo de autodefinir como imbécil?? demonios, esto es más contagioso de lo que me temía; conectaré de nuevo el antivirus).

Solo asumiendo que la inmensa mayoría de personas humanas son, por naturaleza, imbéciles se puede llegar a entender que estemos viviendo en un mundo tan surrealista como el que se nos ha quedado. Exculpemos, por tanto, a Facebook de la culpa de que haya tantos imbéciles en el poder a lo largo del mundo, cuando es obvio que a estas gentecillas se les queda grande hasta ser vicepresidente de su comunidad de vecinos.
Quedaría por ver la responsabilidad que tiene Facebook para agrandar nuestro grado de imbecilidad innato o para expandir a los cuatro vientos las genialidades irreflexivas que salen de la boca o el teclado de los imbéciles. Me vais a permitir que deje eso para mejor ocasión.
Por tanto, este jurado ha decidido, por unanimidad, que los imbéciles responsables no son los que gobiernan, sino los otros muchos imbéciles que los ponen en el gobierno (y les explican cómo abrir la puerta para entrar, que entre imbéciles hay que ayudarse).
¿Hay algo en el agua que nos hace imbéciles?
Es procedente preguntarse por qué la imbecilidad está tan difundida. Muy pocos países y parlamentos en el mundo se libran de ella. Por no hablar de las empresas. Porque si hay un virus que se expande con una rapidez y facilidad alarmante ese es el de la imbecilidad.
Es sabido que en las alcantarillas de New York habitan cocodrilos y, unos metros más arriba, en la superficie, los que gobiernan son imbéciles. ¿Convierte esto automáticamente en imbéciles a los cocodrilos? Es posible. Aunque también es, de facto, una pregunta, verbigracia, imbécil (lo cortés no quita a lo imbécil).
«Ahora la cuestión es encontrar cómo se pasa de la A a la B sin visitar Saturno«.
Er Niño del Perrete Recortao. Cantautor flamenco jondo y reponedor de supermercados. Palos de la Frontera (S. XXI).
¿Son imbéciles todos los brasileños solo por el hecho de estar gobernados por un campeón de la imbecilidad como Bolsonaro? ¿Hay un mensaje oculto en la letra de las rancheras que ha vuelto imbéciles a todos los mexicanos que votaron a López Obrador? ¿Tiene culpa la archiconocida consanguinidad incestuosa de los palurdos del Midwest para que Trump esté al mando? ¿Ser hijo de un propietario de un Seat 600 te convierte irreversiblemente en futuro votante de Pedro Sánchez?

La imbecilidad, queridos, es contagiosa y se esconde detrás de muchas máscaras. Pero todas tienen un denominador en común: el populismo. Pero, ¿qué es el populismo y cómo se puede definir, imbecilisticamente hablando?
El populismo es una especie de patatús que te da el día que te das cuenta que estás más tieso que la mojama, mientras que a tu alrededor algunos se están pegando la fiesta padre a tu costa. Si a alguien en este estado se le extrae el menor rastro de sentido común y capacidad de pensamiento crítico obtenemos lo que los sociólogos llaman un populista y los ciudadanos exentos de pompa y boato definimos como imbécil.
Recientes estudios de la Universidad Popular de Michigan de la Frontera (provincia de Caracas) han determinado que, en la cabeza de un populista, se activa una serie de reacciones químicas en el cerebelo que generan una secuencia de respuestas neuro-cognitivas de orden primario demasiado largas para ser descritas aquí y demasiado complejas para ser entendidas por un imbécil, que desembocan en un acto final de una solidez incuestionable: votar a un imbécil para que puedas seguir siendo un muerto de hambre.
Porque, por definición, votar a un populista imbécil genera pobreza, halitosis, retraso social, allipori y crisis existencial y de espíritu. El argumento lógico que hay detrás de esta decisión es más que obvio: (X2 +y-3 – Z) x E-x= R AB+ 1 (también expresado a nivel popular como un imbécil siempre acaba votando a otros imbéciles).
Ese silogismo, de una simpleza tan básica que asusta, es el motivo por el que aquellos países que más miseria acumulan acaban por elegir al más imbécil de entre todos los imbéciles con el objeto de perpetuar su miseria o empobrecerla más aún, si cabe. La única excepción a esta norma es el propio imbécil que accede al poder, que repentinamente experimenta una mejora exponencial – económica, que no intelectual -.
Tipos de imbéciles. Relación con las ingles, si la hubiera.
Esta certeza política ha llevado a muchos partidos y políticos a sumarse con un ardiente entusiasmo carente del más mínimo sentido del decoro al exitoso carro del populismo. Ser populista hoy mola tanto como ser progre en los Ochenta, protofascista en los Cincuenta o no usar filtro en las publicaciones de Instagram.
Semejante profusión ha desembocado en un desvirtuamiento del populismo más ortodoxo que ha dado, a su vez, pie a una creciente oleada de nuevas corrientes populistas de todo corte y rahela, a cual más estrambótica e hilarante.

No obstante y sin menosprecio a esta diáspora intelectual, fácilmente podríamos agrupar las diferentes corrientes y facciones populistas, tras analizarlas todas en su conjunto e interpretar sus rasgos comunes, costumbres compartidas y ADN defectuoso, en cuatro grandes subgrupos:
- Populistas de izquierdas: fácilmente reconocibles por su olor y la longitud de su vello axilar, este grupo se deja llevar por cualquier corriente ideológica basada en valores pseudodemocráticos o dictatoriales a los que se añada la palabra libertad o igualitario. Son de sexo indefinido o excesivamente definido. Su común denominador es el ansia por poseer dinero, con especial preferencia por el ajeno. Bolsonaro en Brasil, Pedro Sánchez en España o Tsipras en Grecia son algunos de sus ídolos. Creen que El Ché sigue vivo en alguna isla del Pacífico.
- Populistas de derechas: el denominador común de esta facción lo compone sus irrefrenables ganas de partirles la crisma a la facción anteriormente descrita (y al resto de facciones). Son tan muertos de hambre como los de izquierda pero, a diferencia de estos, aún no lo saben. Sienten adoración por los peinados absurdos o la ausencia de pelo. Le Pen, Salvini o Abascal les avalan mientras portan merchanding de su gran ídolo, Donald The Duck Trump.
- Populistas a secas: Tendrían ideología política si tuvieran suficientes neuronas para entenderlo. Su vida está enteramente dedicada a demostrar que el hombre desciende del mono (y que no hace tanto tiempo de esto…). En sus chozas acumulan objetos punzantes para cuando llegue el ansiado día de la prometida revolución que nunca parece llegar. Creen a ciegas en los reptilianos. Nicolás Maduro, Pablo Iglesias, Boris Johnson y todos los independentistas del mundo se subscriben a este grupo.
- Corea del Norte: Corriente local compuesta por un imbécil superlativo, Kim Il-Sung y un país entero subyugado a sueños eróticos por la figura de su líder emblemático. Demasiado complejo para explicarlo.
Como ha quedado sobradamente demostrado a lo largo de este concienzudo análisis sin ánimo de lucro, la imbecilidad nos rodea y nos abraza con apasionado fervor. Con coronavirus o sin él, los imbéciles nacen, crecen, se reproducen más rápido de lo deseable, pero nunca parecen morir. Como cualquier otra plaga, tiende a expandirse hasta abarcar al total de la población. Puede Usted resistirse a ello o dejarse llevar ante la evidencia y adoptar a un imbécil para exhibirlo en su jardín. Lo que no tiene sentido alguno es negar su existencia. Salvo que sea Ud. de por sí, un imbécil, claro está. ¿Lo es?.
«Los tenemos al Norte, los tenemos al Sur, los tenemos al Este y los tenemos al Oeste. Esta vez no se nos podrán escapar…».
General George Amstrong Cluster durante el asalto cheyenne y aparajoe en Little Bighorn, cinco minutos antes de espicharla. Imbécil hasta el último momento.