Cualquiera que tenga activa una cuenta en Twitter desde hace más de tres años, probablemente habrá comentado en más de una ocasión el cambio que ha experimentado esta red social durante los últimos tiempos. Y no estoy hablando de cambios tecnológicos, de navegabilidad ni del interfaz, que también. Me estoy refiriendo al uso que de ella se hace y a las temáticas sobre las que se tratan. Y, desgraciadamente, no se puede decir que haya sido un cambio a mejor…
No voy a haceros creer que Twitter era una especie de paraíso donde especies de todo tipo de fieras convivían bubólicamente en un entorno de mutuo respeto y cordialidad. Pero el espíritu general que se respiraba sí se puede decir que era, en términos generales, amable y cordial. Como un patio de vecinos, como bien ha defendido siempre alguno de nosotros. Twitter suponía – y supone – un desafío frente a otras redes sociales desde el simple hecho de que exige un ejercicio de síntesis y de brillantez en las publicaciones. Un perfil no destaca a base de compartir fotos de postales de gatitos y propaganda agitadora. Implica saber qué decir, saber cómo decirlo y hacerlo con un estilo y una forma atractiva.
Entré a Twitter con todas las cautelas del mundo, como mucho de vosotros. Era la segunda red social donde me creaba un perfil – tras el inevitable Facebook – y en un primer momento me sentí absolutamente desconcertado. A diferencia de Facebook, no conocía a nadie, no sabía de qué hablar ni mucho menos cómo hacerlo. Por todas partes, aparecían símbolos, anagramas y términos (#FF, RT, #UF, TT...) que me eran desconocidos. Y la mayoría de las aplicaciones que podían hacer mi uso más cómodo eran difíciles de localizar.
Pero me encontré con mucha gente – entrañables desconocidos – que, de repente, comenzaban a conversar conmigo y daban réplica a mis publicaciones. El debate surgía de forma natural. Y era tremendamente enriquecedor. Por lógica, no todos opinábamos igual de todos los temas, pero percibías un ambiente común de cordialidad y respeto ajeno. En la forma de expresar las ideas, en la respuesta hacia los demás, en el acercamiento a quien no tenías mucho trato. No deja de ser un mero ejemplo, pero que en una red social se genere de forma más o menos espontánea una costumbre extendida de recomendar o premiar a aquellos usuarios que más admirabas o valorabas, daba buena muestra de ese clima de buen entendimiento y vecindad bien avenida.
Poco a poco, Twitter fue consolidándose y su uso se fue extendiendo. Cada vez habían más y más usuarios. La actuación de éstos en algunas situaciones sociales difíciles era motivo de buenas críticas y reconocimiento social. El comportamiento de los tuiteros durante el terremoto de Haiti, la tormenta de cenizas de Islandia o la primavera árabe fue motivo de portada en muchos medios de comunicación masivos. La primera victoria electoral de Obama fue el respaldo definitivo a Twitter. Su popularidad iba en aumento. Marcas, periodistas, empresarios, celebrities… todos querían tener su presencia y, aunque no supieran muy bien cómo, entraron en Twitter con mayor o menor acierto. Los «earlier addopters» se vieron – nos vimos – de la noche a la mañana envueltos por una creciente masa de nuevos usuarios que, si bien esperábamos en cierto modo, también temíamos.
Sin embargo, con la popularización de su uso, ciertos aspectos empezaron a cambiar respecto al Twitter primigenio. En un primer lugar, el ingenio, el hastío o el simple deseo por destacar convirtieron en práctica habitual crear hashtags, tendencias sobre las que hablar en las que se trataba de un modo más o menos humorístico una temática. Y la verdad es que tuvo su mérito. Convertir un evento casposo y rancio como Eurovisión en tendencia mundial gracias a los #Uribarrifacts, publicaciones en las que ironizaba sobre los vastos conocimientos de geopolítica del popular comentarista de RTVE, es un logro difícil de repetir y un buen ejemplo de lo que hablamos.
Pero la creación de tendencias comenzó a extenderse y dejar de ser un hecho puntual a convertirse en moda. Y no siempre para un uso amigable. La audiencia, los usuarios de Twitter se convirtieron en una especie de Tribunal de la Inquisición con potestad para criticar y destrozar a quien tuvieran en ganas. A veces por terribles meteduras de patas o errores políticos, a veces por comentarios desintencionados. Figuras públicas como Guillermo Toledo, David Bisbal, Alejandro Sanz o Arturo Pérez Reverte estuvieron en el ojo del huracán y fueron motivo de escarnio y burla pública.
Y todo ello se desarrollaba en torno a un ambiente político y social de creciente crispación y descontento. La clase política, el gobierno, los banqueros sufrían su sentencia con igual dureza que Sara Carbonero o Sergio Ramos. Daba igual, la moda era desahogarse contra alguien. Y la temática generalizada tendiendo a radicalizarse y encarnizarse. Cada vez resulta más frecuente leer opiniones expresadas de un modo iracundo e hiriente. Cada vez es más extraño encontrar debates constructivos y educados. Cada vez se ven publicaciones que expresan odio, rabia, agitación. Y respuestas directas en las que el respeto y la concordia brillan tanto por su ausencia como la más mínima señal de educación.
De vez en cuando, aún suelo quedar a tomar cervezas con alguno de esos tuiteros «históricos». En realidad, llevamos tantos años conversando que en muchos casos tenemos una relación mas estrecha y cercana que con algunos familiares. En el transcurso de esas quedadas, siempre surge el debate sobre esta circunstancia que nos rodea. Lamentamos el uso actual que se está haciendo de Twitter y las escasas y poco edificantes reglas de participación que hoy modulan la conversación. Echamos de menos los tiempos pasados y lo fácil y agradable que resultaba entrar en Twitter entonces. Suponía un lugar de escape, un remanso de calma y tranquilidad donde aprender cosas y conocer a gentes bastante enrolladas.
La gran pregunta que siempre nos queda en los labios es si esta tendencia asentada hacia el cabreo permanente, el insulto fácil y la agresión verbal realmente refleja el estado de ánimos de nuestra sociedad o si bien se radicaliza dentro de Twitter, escudados detrás de un avatar y un nickname anónimo desde el que poder verter todas nuestras frustraciones y decepciones. Y nos surgen multitud de preguntas a las que, francamente, no somos capaces de hallar respuesta.
¿Realmente ahí fuera hay tantas personas tan permanentemente cabreadas, incapaces de ver un aspecto positivo en el hecho de estar vivo y de ver lo que tienen a su alrededor? ¿Expresa Twitter el sentimiento popular o se ha convertido en un nido de víboras venenosas que encuentra un insano placer en criticar, ofender y despotricar hacia todo aquel que ose destacar? ¿Hemos perdido nuestra educación y las normas de civismo y comportamiento o nos escondemos cobardemente detrás de una identidad mas o menos virtual desde la que decir y contar lo que nunca nos atreveríamos a hacer a la cara a otras personas? ¿Vivimos en un entorno conspirativo de tramas, tejemanejes y movimientos subversivos o esa es la idea que quieren hacernos creer unos pocos? Y sobre todo, lo que más nos preocupa, ¿nos hemos agriado el carácter los que antes eramos tan majetes 0 es que ha llegado sangre fresca pero adulterada que ha desvirtuado el uso y estilo de Twitter?.
Sinceramente, prefiero creer en la manipulación, los intereses velados, los dinamizadores del malestar y los movimientos solapados; apuesto por pensar que el que insulta grita más que el que adula, que el que ofende lo hace con mas frecuencia que el que felicita, que el que menosprecia recibe mas coba que el que anima. Opto por pensar que unos pocos hacen mucho mas ruido que la inmensa y mansa mayoría. Prefiero imaginar que nos hemos convertido en un reducto de rebotados de la vida, un guetto de gentes con la vena de la garganta hinchada, una barriada de frustrados de cejas enarcadas y gesto adusto que necesita canalizar sus limitaciones y sus pobrezas. Porque, de lo contrario, si la realidad es que esto es norma y no excepción, si esto es lo que nos rodea y representa con fidelidad al mundo en el que vivimos, si este es el ambiente en que la inmensa mayoría vive – y quiere vivir -, no se vosotros pero yo personalmente le hago unfollow a esta sociedad pero dequeya…
Deja una respuesta