La Hoguera de las Vacuidades

Ayer, sin ir más lejos, dejaba una reflexión en Facebook. Al respecto del conflicto de Cataluña, miraba las publicaciones en Facebook y no me sorprendía observar que, en la mayoría de los casos, se evitaba el tema del día, de la semana, del mes, del año. Algo lógico, si obviamos el minúsculo, insignificante y ridículo detalle de que lo que está pasando puede alterar gravemente nuestra vida en las próximas décadas. Una minucia, comparado con Gran Hermano.

No se interpretar si lo que leo es un reflejo de la sociedad en la que vivimos o si responde a otro tipo de motivaciones. Al fin y al cabo, la red social más cercana al pulso real de la sociedad en la que vivimos, a mi parecer, es Facebook. Twitter ha dejado de ser un remanso de paz y bondad, tan idílico como irreal, para convertirse en un nido de víboras iracundas. Instagram… bueno, es Instagram, el paraíso de los egolatras y las tabletas de chocolate – tanto las que se comen como las que son frutos del crossfit. Pero Facebook es el nuevo Second Life donde la vida transcurre paralela a esta ficción digital que construimos entre todos. Y en ese mundo virtual, en el 80% de los casos, nunca pasa nada grave.

A raíz de esta observación, no puedo dejar de preguntarme a cuántas personas..

  • les importa un carajo lo que está pasando,
  • cuántos piensan que este conflicto, de indudable calado social, es algo lejano que no va con ellos,
  • cuántos realmente no se atreven a hablar, por miedo a represalias vecinales, familiares e incluso laborales,
  • cuántos optan por manejar su opinión política lejos del exhibicionismo de las redes sociales,
  • cuántos se callan porque no tienen una opinión claramente definida o consideran que ésta es tan compleja que solo provocaría crispación o innecesarios debates polémicos,
  • y, sobre todo, cuántos ni siquiera se han parado un segundo a pensar en ello.

Evidentemente, todas las opiniones me parecen respetables. Incluso las que son radicalmente opuestas a la mía que, por otra parte, está perfectamente definida y públicamente expuesta. Cualquier opinión tiene un ejercicio mental detrás. Podrá estar más o menos acertado – y no digo que el mío lo sea, ni mucho menos. Pero al menos, hay un esfuerzo intelectual por entender la cuestión. Podremos discrepar, tener opiniones dispares, discutir y debatir lo que sea necesario. Pero es una opinión y, como tal, merece mi respeto.

Lo que me cuesta más aceptar, y ese era el trasfondo de mi reflexión, es no tener opinión alguna. Y eso es precisamente lo que más temo. Lo que me preocupa, lo que me duele, lo que me ofende, son aquellas personas que pasan por la vida usando su cabeza solamente para llevar el último peinado de moda y gafas para ocultar su miopía hacia lo que le sucede al mundo.

Me temo que vivimos en un mundo donde una amplia fracción de la sociedad convive cómodamente anestesiada en su inopia, ajenos a lo que sucede a su alrededor, inmunizados a la empatía, las emociones y los sentimientos ajenos, confortablemente asentados en su nido confeccionado a base de reality shows, series de ficción y fast food con aromatizantes artificiales.

Me asustan los ejércitos de caminantes blancos, con sus mentes vacías, que caminan sin rumbo embaucados en sus smartphones, preocupados solo por construir una imagen de sí mismos basada en una falsa realidad aséptica y esterilizada, donde todo es entrañable y fácil de asimilar, donde el culto al ego y a las apariencias lo es todo.

Donde pensar está taxativamente y expresamente prohibido

Rueda el carrusel del mundo, tiembla la tierra, se resquebrajan las civilizaciones, sangra la humanidad, pero ellos son felices porque el horóscopo así se lo manda. Su mayor tragedia, perder al Candy Crush. Su definición del dolor, reducir el número de likes. El motivo de sus desvelos, conseguir el selfie donde mejor luzcan su sonrisa Profident.

Pasen y vean la hoguera de las vacuidades, señores y señoras. Donde mojarse no es una opción. Donde los principios y los valores no generan reposts. Donde el estilista ha sustituido para siempre al psicoanalista y los libros de la mesilla de noche son ahora vídeos de Playground donde en treinta segundos te explican qué y cómo pensar.

Donde los radicalismos han sido sustituidos por imágenes de gatitos, los debates por sesiones de tardeo, las convicciones por gin-tonics afrutados y las reflexiones encontradas por mancuernas de gimnasio.

Bienvenidos al mundo donde uno se maquilla por dentro y se alimenta por fuera a base de potingues anti-aging para expertos en nadar sin mojarse la ropa, sin mojarse el culo, sin mojarse nunca, huyendo sin fatiga del conflicto social, abrazando el vacío intelectual como una Julieta enamorada del protagonista de un culebrón venezolano.

Dejadme que os presente este Nuevo Mundo post-Huxley donde la noticia tiene de antemano fecha de caducidad. Donde las cortinas de humo son el nuevo status quo, sabedores como son, que somos incapaces de mantener el hilo de una conversación más allá de cinco frases, ni seguir una noticia durante más de dos semanas.

Si vas a morir, muere rápido, porque mañana ya no serás noticia, porque dentro de ocho horas habrás quedado sepultado bajo el peso insoportable de la última hora, de esa industria de la información que iguala a gigantes y a molinos en una papilla sin grumos, en una amalgama insípida, en un contínuo de estupidez, despropósitos y falta de criterio.

Lo saben los políticos que elegimos, lo saben los mandamases que nos pagan, lo saben los que deciden con nuestra vida, los que abalan el todo por el pueblo pero sin el pueblo. No hay falacia que cien segundos dure; no hay engaño que resista treinta o cuarenta likes; no hay felonía que no se pueda lavar más blanco, inmaculada a las manchas de la conciencia y a las arrugas de la razón. Y lo saben a ciencia cierta, cuando alimentan la hoguera de nuestra fría existencia con gladiadores de cartón-pluma, tertulianos mercenarios y participantes de talk-shows rellenos de helio y crema pastelera.

Danzad, malditos, bajo su fuego infernal. No os paréis nunca, no os detengáis por nada, seguid danzando, compartiendo noticias que jamás leeréis, expresando lo que se espera que expreséis, que para algo pagamos a los escribas del pensamiento moderno, mostrando vuestro mejor perfil, el que nunca sale mal, el que oculta las cicatrices de la vida, el que esconde el lado oculto de la sinrazón.

Danzad, malditos. O perderéis, ahora y por siempre, la conversación de whatsapp que tan enganchados os tiene. Porque, al final del día, eso es lo único que importa; esa es La Verdad que cuenta; esa es la cuna de esta nueva civilización de zombies y extraterrestres donde pararse a pensar es el cáncer del que todos huimos.

O no.

2 comentarios sobre “La Hoguera de las Vacuidades

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  1. Aunque la segunda parte está escrita en prosa, tiene mucho de poesía.
    Excelente visión de lo que sucede en la sociedad actual, Víctor. Y digo en la sociedad y no en España, porque es propio de toda la cultura en los distintos espacios, y está todo orquestado desde quienes ejercen el poder y tienen la facultad de perpetuar ese ejercicio, basados en falsas nociones que la gente se tragó durante años.
    Un abrazo!

    1. Muchas gracias, Leo. Es cierto, no es un mal autóctono. La democracia necesita reinventarse para saber entender las necesidades y expectativas de la sociedad actual. Solo así no será mejor ni peor, será más nuestra. Un abrazo de vuelta!

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