“Y sin embargo, se mueve…” (Galileo Galilei tras verse obligado a abjurar de su teoría del heliocentrismo por el Tribunal de la Santa Inquisición en 1633).
En la primera parte de esta entrada (Horror, justo cuando todo el mundo anda proclamando las virtudes de escribir post telegráficos yo voy y escribo no uno, sino dos testamentos… ¿me estaré volviendo anti-sistema?) hacíamos un recorrido por aquellos movimientos populares que, de algún modo, han cambiado la historia política de un país o una región.
Los que hayáis tenido la oportunidad – y paciencia – de leerlo, recordareis que aquella primera parte se cerraba con la misma cita de Galileo Galilei que inicia éste. En mi opinión, éste sigue siendo un buen ejemplo de cómo la tiranía de los hombres poderosos ha intentado doblegar a lo largo de los tiempos la voluntad de los humildes y de cómo éstos han demostrado que ni la espada ni el oro pueden callar a quienes no desean verse sometidos.
El difícil equilibrio entre mandatarios autistas y voluntades apaleadas siempre se ha jugado sobre un tablero de juego extremadamente complejo. Sin embargo, si analizamos en profundidad las reglas de este juego, podremos observar que hay ciertas normas que resultan comunes a todos los escenarios a lo largo del tiempo y del mapa:
- Todo gobernante tiende por naturaleza a intentar perpetuarse en el poder.
Todo gobernante considera que su gestión es acertada y beneficiosa (o benefactora) para su país.
Ningún gobernante cede libertades a su pueblo por voluntad propia.
Pensad en cualquier caso de aplicación del poder político que se os ocurra y veréis que estos ideales están siempre presentes. De hecho, son comunes a cualquier tipo de gobierno, sea democrático, teocrático, absolutista, republicano o dictatorial.
No obstante, un nuevo peligro se cierne sobre algunas naciones, especialmente entre aquellas económicamente deprimidas. En Sudamérica, Sudasia y algunos países africanos están prodigando las llamadas «dictablandas«, nuevos movimientos de liberación de cuño popular inducidos por líderes carismáticos provenientes y cercanos a las clases bajas que se erigen como portavoces de la voluntad de los sin voz para asumir el poder y paulatinamente endurecer el régimen hasta convertirlo en un sistema de gobierno demasiado parecido al de los dictadores contra los cuales se habían rebelado.
En estos regímenes, la corrupción tiende a convertirse en la tónica general y, aunque en determinados casos los ciudadanos ven avances en el respeto a los Derechos Humanos, la realidad es que sigue primando un reparto desigual de la riqueza, un absoluto desprecio a la democracia donde las oportunidades de progreso están supeditadas a la obediencia del líder y las diferencias entre ricos y pobres continúan siendo abismales.
E incluso, en el peor de los casos, el carácter populista de estos caudillos sirve para enmascarar la nueva realidad social del país, de modo que los ciudadanos con un nivel socioeconómico y educativo mas bajo no son capaces de ver con claridad que se encuentran sometidos a un sistema absolutista de restricción de libertades.
¿Y qué sucede con Oriente Medio?
Mientras todo esto sucedía en América, Europa y África, el mundo islámico vivía inmerso en su mayor parte en monarquías feudales hereditarias. La población, compuesta por una amplia mayoría de campesinos sin acceso a la educación ni a una vida mejor, estaba sometida absolutamente a los caprichos de la oligarquía que acumulaba toda la riqueza del país. Estas monarquías contaban con la connivencia del poder religioso – poderosa arma de control del pensamiento global- para someter las voluntades populares. Alguno de estos países, aquellos que fueron premiados con la posesión de recursos minerales como el petróleo o el gas natural en su subsuelo, recibieron descomunales fuentes de ingresos con los que pagar la opinión de sus vecinos. ¿Cómo iba siquiera a contemplarse una revolución si tus súbditos están bien alimentados y con sus necesidades fundamentales cubiertas? En un entorno así, la libertad de pensamiento queda aplacada y adormilada por el agradable ronroneo del Wellfare State.
En un ambiente así, era difícil contemplar la posibilidad de implementar avances de carácter social. A diferencia de otras regiones sometidas a poderes restrictivos de libertades, como los países del ex-Telón de Acero, en éstos casos la ciudadanía no se enfrentaba a la presencia de una fuerza opresora visible. Es fácil detectar a quienes ejercen el sometimiento de la voluntad popular cuando enfrente tienes a los ejércitos pro-sovieticos, la policía del régimen, los comisarios políticos o incluso el poder omnipresente de la invisible pero palpable KGB.
Pero un sistema de control impuesto por caudillos religiosos a quienes nadie se atreve a rechistar y quienes tienen el poder de implantar los mecanismos de opinión y obediencia conforme a los que el gobierno de marras impone su criterio a la masa, es extremadamente eficaz y poderoso. Nadie osa desafiar a quienes detentan el poder de la opinión pública, sean medios de comunicación, caudillos populares o imanes convincentes.
Sin embargo, ha tenido que ser la crisis, esa enfermedad occidental generada a miles de kilómetros y que tan distante puede sonar para quienes no disfrutan de riqueza, la que motivara el punto de arranque de las movilizaciones sociales liberadoras. La crisis ha obligado a volver a su país de origen a miles de ciudadanos que habían sido empujados a abandonar su tierra y a su familia para huir del hambre o la opresión. Y en su casa se han encontrado con la miseria y la opresión con la que nacieron y con las que habían vivido y mamado desde la cuna, como única realidad conocida. Ahora, cuando han aprendido otra forma de vida y otro modo de entender la relación entre pueblo y estado, y cuando han conocido que es posible vivir en una relación de libertad social, muchos de estos ciudadanos han animado a sus paisanos a exigir un cambio radical en la forma de gobernar sus países.
Y claro, los caudillos locales no son capaces de asimilar la rebeldía de sus súbditos tras milenios de sumisión respetuosa. El enfrentamiento estaba servido y evidentemente debía ser de un marcado carácter violento. Se ha creado un caldo de cultivo cuya finalidad ha de ser el cambio a una sociedad mas igualitaria, libre y justa en un territorio que concentra al 20% de la población mundial y al 80% de los recursos energéticos naturales del planeta Tierra. Ahora es cuando tenemos que dedicar nuestros esfuerzos a encontrar respuestas a los interrogantes abiertos:
- ¿Servirán estos cambios sociales para darnos en herencia un mundo con un reparto de riquezas mas justo?
¿Dejarán las revoluciones sociales en el mundo árabe paso a un nuevo orden político mundial?
¿Supondrán un ejemplo a imitar por parte de los países sometidos a las «dictablandas» populistas?
¿O vencerá por una vez la opresión de las tiranías dinásticas contra la voluntad de todo un subcontinente?
¿Cuál ha de ser el papel de Occidente en todo este proceso de cambio?
¿Qué papel articulador ejercerá Rusia en medio de este papel?
¿Moverá ficha China en pos de una mayor democratización como prevención a una sublevación ciudadana masiva?
Estas son las cuestiones que han de determinar el rumbo de la política mundial en el presente siglo XXI. De sus respuestas depende el futuro de las generaciones venideras. De esas respuestas, y de que siga quedando alguien que, en defensa de la justicia y la libertad, no deje aplacar su voluntad y ose desafiar al poder vigente para replicar sin temor:
«Y sin embargo, se mueve»
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